Poco antes de lanzar su primer disco solo
Miedo escénico, Beto Cuevas estaba enfrascado en serias negociaciones con su hijo Diego, de 15 años. Beto había sido reacio a incentivar mucho la música en el chico, pero el verano pasado, Diego le dijo que quería tomar clases de batería. “‘Perfecto’, le dije, ‘¿cuánto valen las clases de batería? 50 dólares la hora...Ok. ¿Cuántas quisieras hacer a la semana? Por lo menos dos. Bien, son 100 a la semana, 400 al mes... O sea, vas a tener que trabajar’”, recuerda el artista. “Le conseguí un trabajo con un amigo que tiene una salas de ensayo y se fue a trabajar allí, a cargar parlantes y esas cosas. Diego no sólo se pagó sus clases sino que se compró su primera batería. Creo que tengo que ofrecerle experiencias para que cuando él crezca pueda encontrar soluciones a los problemas”.
Ni los Grammy obtenidos durante sus años liderando La Ley han logrado sobrepasar el orgullo que Beto Cuevas siente en su vida real. Muchas veces, se sintió como un padre ‘virtual’ durante los 16 años junto a la banda. Mas ahora, el artista ha logrado hacer las cosas como corresponden, mostrándole un modelo de trabajo tanto a Diego –el hijo que tuvo junto a su esposa Estela Mora– como a Martina, la hija que ella tuvo antes de la relación de ambos . “Hoy en día mi hija está en su segundo año de economía, en la Universidad de Riverside, y es una estudiante de notas máximas”, cuenta.
En los tres años que se tomó para crear y producir Miedo escénico, experimentó altos y bajos en el proceso que él mismo llama de “recuperación de la cotidianidad”. Cuando se vive en el anonimato parece absurdo pensar en un proceso tal, pero para quien pasó casi la mitad de su vida en una gira constante, recuperar lo cotidiano no es fácil.
"Yo aprendí a vivir como un nómada... Llegaba a mi casa y estaba tres semanas, un mes como máximo, y volvía a salir por un mes o mes y medio... Siempre estaba ocupado y al entrar en ese ritmo lo empiezas a hacer como tu segunda naturaleza”. Más aun, Beto conocía esa vida desde siempre, pues a los tres años se fue de Chile a Venezuela y luego partió por once años a Canadá.
Él siempre se ha dado a conocer como un tipo low-profile, que prefiere mantenerse lo más lejos posible del bullicio. Ni siquiera cuando recién se mudó al San Fernando Valley y se encontraba con sus vecinos Bruce Willis o Warren Beatty trotando por la calle se sumó al seductor brillo de Hollywood. “Sin embargo, a lo largo de esos 16 años de trabajo sin parar que tuve con La Ley me di cuenta que me perdí momentos fundamentales del crecimiento de mis hijos. Si bien siempre estuve presente, a través del chat, el teléfono, no estaba físicamente ahí. Por eso era muy importante después de cerrar ese periodo con La Ley, empezar todo de nuevo y aterrizar”.
Fue algo complicado. “Después de dos o tres meses había una parte de mi cuerpo que decía ‘bueno, ahora ¿dónde voy?’ En la primera etapa me sentía como cuando estás bajo arresto domiciliario, necesitaba salir, ¡pero estaba con mi familia! Había momentos de roce en que ellos me decían ‘¿cuándo te vas de gira?’ Ya necesitaban respirar”, recuerda.
Esa dinámica salpicada de roces y cambios le provocó emociones poderosas que volcó en creaciones y el estudio de grabación que armó en su hogar, se convirtió en el mejor refugio. “Una de las cosas buenas que aprendí en los años de carrera con La Ley es la posibilidad de hacer catarsis con la música para no expresar las emociones en enfermedades corporales. Hay algunos que las esconden con droga, con alcohol, o simplemente con silencio o la mentira, que al final, yo creo, son las peores de las adicciones. Yo aprendí a hacerlo a través de canciones”.
Willy Wilson y Barry “Barrito” White, son dos nombres que después de su esposa Estela, de Martina y de Diego, aparecen encabezando la lista de agradecimientos del disco de Beto. No se trata de un par de productores ni amigos músicos, sino de los perros que Beto tiene en casa. “Tuve que poner al otro perro, Willy, por no discriminar, pero el que tiene prioridad es Barry”, comenta. “Barry seguramente en otra vida fue un hermano o una persona muy cercana a mí. Si yo hubiese tenido que elegir un perro, tendría un dóberman, o alguno que se pareciera más a mí, pero éste es como Tintín, el perrito de Doña Tremebunda en Condorito... Tú sabes que los perros eligen a sus amos, él me eligió y lo único que quiere es estar conmigo... Yo pasaba días enteros en el estudio y sólo él estaba todas esas horas acompañándome”, recuerda.
Según don Julio Cuevas, maestro de reiki y padre de Beto Cuevas, el mayor orgullo que le produce su hijo es saber que es un hombre que se prepara para su vida más allá de este planeta, cultivándose espiritualmente y sacándole partido a todos sus talentos: en la literatura, la música, el cine, la actuación, la pintura.
Y la etapa productiva en los tres años de “encierro” doméstico no sólo lo fue en materia de canciones. En la sala de la casa del artista, cuelga un óleo gigante con una interpretación de la imagen de Rita Hayworth muy a su estilo, en la que cambió el collar de esmeraldas de la diva de la década de los 40, por uno de calaveras, y un óleo más pequeño, inspirado en uno de tantos incendios forestales en California.
“Lo hice en una época en que pensé incluso que mi casa podría ser amenazada por el fuego... Me encanta pintar y he estado trabajando mucho en eso. Soy artista plástico y dibujante desde antes de dedicarme a la música y tengo intenciones de desarrollar un poco más esa faceta porque me gustan las capacidades creativas que tengo y las quiero explotar. Me gusta hacer cortometrajes, dirigir... Dirigí mi video y me encanta actuar... Creo en la capacidad renacentista que podemos tener algunos artistas. Cuando empecé en La Ley tenía 22 años y muchos colegas músicos me decían que era muy tarde para aprender a tocar un instrumento. Es importante ser testarudo. En el fondo, cuando te dicen esas cosas, te las dicen para empujarte hacia abajo... te bajan cuando ellos no pueden superarse. Me compré una guitarra y empecé a aprender de una manera muy precaria, cuerda por cuerda... Observaba mucho a los guitarristas, nunca tomé clases de guitarra, aprendí solo, y hoy tengo la satisfacción de haber hecho un disco completo con mis canciones. El no haberme desarrollado como pintor en estos años no me descalifica para poder hacerlo en los años que vienen. Lo mismo como director, actor o cualquier cosa que se me ocurra ”.
Cuando su hija Martina era pequeña, le preguntó a Beto por qué él no trabajaba, sino que se dedicaba a cantar. Beto tomó esos comentarios como una tarea para enseñarle a sus hijos una lección de vida. “Cuando trabajas en lo que le gusta no tienes el peso, el lastre, que tiene el 97 por ciento de la población del mundo para quienes trabajar es un mal necesario, porque no hacen lo que les gusta. Según un estudio que leí, solamente un tres por ciento de la gente trabaja en lo que le gusta. Definitivamente, estoy en ese tres por ciento afortunado”.